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Un niño culpable se convierte en un adulto miserable


La culpa que se genera en la infancia por los acontecimientos externos que se suscitan en esta etapa como los pleitos entre los padres o el núcleo familiar, la separación, el divorcio de los progenitores, la muerte de un ser querido, etcétera y la que se genera por etiquetas impuestas, agresiones, golpes, comparaciones o abusos, es que en el primer caso, el niño, por el egocentrismo propio de la edad, se siente culpable por lo que acontece a su alrededor y guarda esa sensación de no ser merecedor de lo bueno a lo largo de su vida. De tal manera que una y otra vez se encuentra pagando deudas ajenas, despojado de sus sueños, dejando a quien más dice amar y siendo abandonado emocionalmente una y otra vez, incapacitado para establecer y mantener relaciones profundas y duraderas. Mientras que en el segundo caso, además de no estar exento  de experimentar todas esas sensaciones y situaciones, el culpable se siente miserable por sentir, por almacenar resentimiento y hasta odio hacia quien tanto daño le causó; hacia quien, de manera inconsciente, le robó la niñez. Le causa frustración, enojo, dualidad y conflicto: odiar a quien debería amar, a quien por lo menos debería respetar y mayor enojo, rabia y frustración le provoca descubrir que a fuerza de tanto rechazar y odiar a quien tanto daño le causó, se ha convertido en el espejo fiel de aquella imagen aborrecida y lo más grave, también ha dañado una y otra vez a los que juro solamente amar.





Un niño que se siente culpable, por cualquiera que sea la razón, ya siendo adulto se siente miserable y culpable por los problemas, sufrimientos y conflictos de los otros, por lo que muy frecuentemente siente y acepta la culpabilidad del alcoholismo de un familiar, la adicción y fracaso de los hijos, las enfermedades y problemas de los padres. Y como un niño pequeño y confundido, sin importar su edad, acepta que le hagan "responsable" de todos los males en la familia: "Por tu culpa me emborracho", "Por tu culpa no soy feliz", "Por tu culpa porque no me entiendes me involucré con ese tipo de personas", "Por tu culpa no tengo lo que quiero", ignorando que cada uno es responsable de sus decisiones y acciones y que culpar a otros por nuestras fallas y errores, no habla más que de nuestra inmadurez, además de que acrecienta el peso de la culpa y sus nefastas consecuencias. Es por ello que sería obligado, rescatar al niño interior que todos llevamos dentro, pero cuando además se experimenta resentimiento hacia algún adulto, especialmente hacia alguno de los padres, resulta indispensable trabajar intensamente con el perdón para liberarse totalmente de la culpa y el daño generado por lo acontecido en la infancia.


 Autor: W Érika Hernández A.




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